martes, 31 de enero de 2012

Cuando comer es un infierno

Acabo de leerme el libro "Cuando comer es un infierno", de la escritora Espido Freire. Un libro bastante interesante, que cuenta con el testimonio de cuatro chicas: Gloria, Linda, María y Cecilia, todas ellas con algún tipo de desorden alimenticio. El libro contiene también bastante información sobre las páginas pro ana y el daño que estas causan a los adolescentes que padecen principios de anorexia o bulimia.
El primer testimonio y más extenso, es el de Gloria, una chica bulímica que comenzó a obsesionarse con su peso a los 14 años, creyendo que siendo delgada conseguiría ser aceptada entre las chicas más populares del instituto. Gloria explica también cómo se dio cuenta de su problema y cómo hoy en día ya está recuperada.

El testimonio de Linda, es el de una joven que actualmente cursa el último año de psicología, y está en tratamiento para superar la anorexia y la automutilación.

María padeció anorexia y bulimia, y narra cómo tras años de engañar a sus padres e incluso a los médicos, reunió el valor necesario para recuperarse.

El último testimonio y bastante duro, es el de Cecilia; una chica que padeció bulimia y además era adicta a los laxantes. Aún le han quedado secuelas físicas a consecuencia del castigo al que sometió su cuerpo, y en sus palabras lanza un mensaje de esperanza a todas las personas que padecen este tipo de trastorno.

He elegido algunos párrafos del libro que me han parecido interesantes. Ahí van:


<< Pienso en las mujeres de siglos pasados que ingerían vinagre para cultivar su palidez y sus ojeras, en las que se daban fricciones con mercurio, o las que se depilaban la mitad de la trente para alargar de manera interesante sus facciones y mostrar la delicada curva del cráneo. Pienso en las deformidades y dolores que causaban los corsés, en la falta de oxígeno y en la pesadez de arrastrar un miriñaque. Pienso en los pies vendados de las mujeres chinas, en los collares que alargan y descoyuntan el cuello y en los tatuajes rituales de algunas tribus africanas. Pienso en las grandes bellezas de la historia, y en cómo siempre existía algo que las convertía en mujeres peculiares, fuera su inteligencia, su ambición o su destino trágico. Pienso en las barbaridades cometidas en nombre de la belleza, la virginidad o el papel de la mujer, y ninguna me parece más extrema, más dolorosa y grave que la actual obsesión por la delgadez y la juventud.>>


GLORIA
Fui un bebé grande, gordito y sociable. A los
pocos días de nacer, las enfermeras prohibieron a
mi madre que me amamantara fuera del horario
previsto para ello.
Mientras se suponía que debía dormir, yo lloraba
de hambre.
A veces, en los primeros momentos del
sueño, antes de quedarme definitivamente
dormida, recuerdo en la boca y en el esófago un
sabor a lana, seco, invasivo, como si yo misma
estuviera tejida en lana y fuera un muñeco
diminuto. Luego me despierto con la boca seca, y
una sensación de algo vivido hace mucho tiempo.
Creo que, aún en el nido, chupaba las sábanas y
la colcha para engañar el hambre.

Durante bastante tiempo rechacé el alimento.
Vomitaba constantemente, y me negaba a comer.
Los médicos diagnosticaron «estómago de calcetín
»: mi estómago de uno o dos meses aún no había
adoptado la forma definitiva, y era incapaz de aceptar
la leche. Se asentaría, prometieron. No habría
problema para cuando llegaran las comidas sólidas.
Sin embargo, ahí comenzaron realmente los
problemas. Me negaba a abrir la boca, y mi madre
empleaba horas en alimentarme. Cuando
la papilla había desaparecido del plato, cuando la
comida parecía al fin completada, yo, aparentemente
sin esfuerzo, la vomitaba.

Más preocupado
por el estado de mi madre que por el mío, el
último médico que consultaron comprobó mis
reflejos y mi analítica y les aconsejó que no me
prestaran atención.
—No se enfade, no grite, no se inmute. No le
enseñen juguetes ni le cambien de lugar al comer.
Continúe dándole la comida si ha terminado ya de
vomitar. Respire profundamente y limpie todo sin
decir ni una palabra. Es una lucha de voluntades,
y tiene que demostrar quién es el ganador.
Ganó mi madre. Al tercer día yo había renunciado
a vomitar, y aunque con una lentitud desesperante,
comía lo que me presentaban. No se
repitieron las riñas ni las escenas. Todo aquello había
durado tres años.

Adolescencia:
Sin darme cuenta de la rapidez con la que se
impuso esa costumbre, comencé a vomitar: Cuatro meses más tarde
pesaba nuevamente cincuenta y cuatro kilos, y
nadie parecía advertir que yo vomitaba después de
cada comida.


no necesitaba hacer ningún esfuerzo
para vomitar, sino que me bastaba una contracción
brusca de los músculos que rodeaban el estómago,
de modo que no sentía dolor ni tensión. El esófago se
convirtió en un camino de ida y vuelta. Mi rostro
no se congestionaba, ni se alteraba el tono de mi
voz. Vomitaba con la misma facilidad y desesperación
con la que engullía.

Era capaz de mantener una conversación con
alguien que me esperara fuera mientras vomitaba al
mismo tiempo. Cuando no comía, necesitaba constantemente
algo en la boca: al principio era un
chicle, luego aprendí a regurgitar la comida. Durante
horas, enviaba de nuevo la comida a la boca y
la rumiaba, hasta convertirla en una papilla insípida
que tragaba por fin. Aprendí a hacerlo mientras
caminaba, mientras estudiaba en clase, incluso
mientras charlaba con mis amigas.

De un día para otro
comenzaron los problemas. Inmediatamente después
de vomitar me sentía mareada, y necesitaba
beber agua. Se me hinchaban las manos y, a veces,
también las piernas. Comencé a sentir palpitaciones,
y el corazón se me aceleraba no únicamente tras
devolver, que era algo a lo que ya me había acostumbrado,
sino también durante los atracones, o
sin ningún motivo, mientras caminaba o estaba
sentada en clase. Sentía que no podía controlar mi
cuerpo ni sus reacciones, y que algo que hasta
entonces no había dado problemas se añadía a la
interminable lista.

Noté que los bordes de mis dientes, hasta entonces
lisos, se estaban mellando en ondas, y a veces
me dolían con mucha intensidad. Me sangraban
las encías con frecuencia.

En una ocasión, una venita reventó en mi ojo
derecho, y durante una semana cada vez que me
miraba en el espejo me preguntaba si alguna vez
sanaría y volvería a su tranquilizador color blanco.
No recuerdo que fuera inmediatamente después
de haber vomitado, pero una de las características
más frecuentes que permiten identificar a una
bulímica es la ruptura de los capilares en los ojos,
debido al esfuerzo.


A lo largo de todo ese curso, y hasta que cumplí
los veintidós años, las cosas regresaron progresivamente
a su lugar, y no sé exactamente cuándo
dejé de preocuparme por la comida y por mi peso
a diario. De vez en cuando la obsesión regresaba,
pero nunca con la intensidad ni la duración anterior.
Tenía cosas más importantes de las que ocuparme,
una carrera, reconstruir la relación con mi
familia, unos amigos, una relación afectiva. Entonces,
sin grandes entusiasmos, cautelosamente, me
consideré curada.
El trastorno había durado siete años, me había
robado siete años de mi vida. Un maleficio de
bruja malvada. Los maleficios se desvanecen cuando
se pronuncia en alto la palabra adecuada: en
este caso, bastaba con gritar «¡Ayuda!».

Linda

No todas las anoréxicas o bulímicas se mutilan,
pero casi todas las chicas que se cortan o queman a
propósito y de manera continua sufren algún trastorno
alimenticio. Yo, por ejemplo, fui anoréxica.
Logré superar la enfermedad y la automutilación,
pero no del todo, porque sufro desde hace tres años
de bulimia. Aún no sé expresar mis sentimientos, especialmente
los que más me duelen, de una manera
que no me dañe. No puedo hablar de ellos, nunca he
podido, y cortarme era un modo de expresarlos.
Creo que de esa manera me liberaba de esos sentimientos
e intentaba al mismo tiempo pedir ayuda.
Mis padres lo sabían: todo el mundo lo sabía.
Me cortaba en la zona de las muñecas, con largos
cortes siguiendo la línea de las venas.
A todos les horrorizaba: «¿Cómo puedes hacerte
esto, Linda?», preguntaban; pero entre el asco y el
horror yo descubría otros sentimientos: me admiraban
por mi resistencia al dolor. Ellos no serían
capaces de hacerlo, y eso me daba cierto poder sobre
mis padres y mis hermanos.
Cuando el dolor o la angustia resultan demasiado
intensos, una persona hace cualquier cosa,
cualquiera, con tal de que se vayan. Eso incluye
matarse de hambre. Eso incluye un comportamiento
sexual sin precauciones. Eso incluye vomitar.
Eso incluye consumir drogas, o beber. Eso incluye
cortarse o quemarse. El problema está en que esas
soluciones sólo aportan remedios temporales. Y
que resultan adictivas, porque todas ellas proporcionan
un alivio rápido y momentáneo.
Sí, incluso el cortarse: el cuerpo segrega una serie
de opiáceos para compensar el dolor, y esas sustancias
funcionan básicamente como una droga, como
un calmante intenso.

Intenta
encontrar una asociación o un teléfono de ayuda,
y recurre a ellos.

Tus padres o tus amigos te quieren mucho,
sin duda, pero tal vez se encuentren demasiado
cerca como para actuar con frialdad y eficacia,
o tal vez no sepan cómo hacerlo. No les culpes.

Pero no todo es dolor y desesperación: la automutilación
puede curarse, y se cura. Hay que
aprender cómo aceptar y cómo expresar esos sentimientos
que nos torturan: puede ser ira, o pena,
o decepción, puede ser odio, puede ser debilidad...cada
cual debe descubrir qué le tortura por dentro.
Y sí, es posible expresar eso de una manera sana,
de una manera que no implique hacerte daño.


María


***
Cuando tenía 13 años empecé a hacer tonterías
con la comida. ¿Por qué? Eso me gustaría a mí
saber... bueno, ya se sabe que ésa es una edad
tonta y...
Siempre he sido muy deportista
Al hacer tanto deporte empezaron a
salírme músculos, no de una manera exagerada,
sino lo normal, lo típico; pero los chicos son tan
crueles que si ven que una no tiene el cuerpo como
las chicas finitas, la desprecian.
A mí no me llamaban gorda, porque no lo
estaba, sino travestí, marimacho, macho sin picha,
y no me trataban como a cualquier otra de la
clase. No le podía gustar a nadie porque era «la»
marimacho.

Un día, harta de ser «el marimacho», no sé por
qué, después de un entrenamiento no cené y no
sentí hambre. Así comenzó todo.

Tenía que ir al médico dos veces a la semana,
de modo que- cada día acarreaba mis pesas y así
mantenía mi peso constante, a veces 50, otras 51 y
otras 52.
Hoy veo que ése fue mi mayor error, el de
engañar al médico.
No sé cómo, pasé de la anorexia a la bulimia
otra vez. Me volvió a atacar aquella gran ansiedad,
pero ahora mucho más fuerte. Llegaba a meterme
ocho o nueve atracones en un solo día, a veces
más, y me provocaba el vómito nueve veces dianas,
más o menos. No había resuelto mis trastornos de
la alimentación, así que durante cuatro años pasé
de extremo a extremo.
Ahora preferiría mil veces que
me hubieran ingresado, porque durante ese tiempo,
y durante el que me quede, comencé a sufrir las
consecuencias.


Cecilia
En muchas ocasiones, las bulímicas no se limitan
a causarse el vómito para liberarse de la comida, de
la sensación de peso y de haber cometido un pecado:
recurren a otros métodos químicos que resultan
tremendamente nocivos para la salud.
Obtenerlos resulta mucho más sencillo de lo
que parece. Ellas se las
ingenian para robarlos con la misma astucia con
la que consiguen comida, o buscan excusas para
comprarlos sin receta.

Pocas personas saben más y han padecido más
con estos sistemas que Cecilia, que sufrió bulimia
durante doce años y logró superarla; experimentó
con todo tipo de trucos para acelerar la pérdida de
peso. Ahora es auxiliar de clínica, ayuda a chicas en
proceso de recuperación, y trata ella misma de
recobrarse de los abusos con que acosó a su cuerpo
durante más de una década.
***
Una chica se golpeaba en el estómago hasta
que le dolía tanto que vomitaba. Otra, que murió,
ataba trocitos de comida con seda dental, y una vez
que se los había comido tiraba del hilo hasta que
salían de nuevo.
Esto te destroza por dentro. Causa heridas en
muy corto plazo, y no te permite bajar de peso. Si
lo logras, apenas dura unos días. No merece la
pena. Yo me destrocé las cuerdas vocales, y ahora
me quedo afónica con mucha facilidad, casi todas
las semanas. Se me inflama la garganta, y soy alérgica
a casi todos los antibióticos. ¿Tengo que
decirte qué me hizo ser alérgica? Exactamente, la
bulimia, y todas las barbaridades que hice con mi
cuerpo y la comida.

La gente que yo he tratado puede llegar a
tomar desde uno o dos laxantes diarios hasta más
de setenta. Yo misma andaba en torno a los treinta...
¡Al día!

La idea de que los laxantes adelgazan es errónea:
lo más probable es que ralenticen tu metabolismo,
y que alteren tu sistema digestivo y de eliminación.
He observado que en general las adictas a los
laxantes han engordado desde que comenzaron el
proceso, debido a un estreñimiento crónico, muy
doloroso. Pueden envejecer tu organismo, y sin
duda, lo dañarán irremediablemente.
Lo que los laxantes causan es una pérdida de
líquido, de agua, que es siempre transitoria, y que
no te hará perder una sola caloría. Los alimentos
se absorben de la misma forma. Si te deshidratas,
cosa que le ha pasado a muchos adictos a los laxan-
tes, corres un alto riesgo de morir. Te sentirás
mareada, y antes de que te des cuenta, tu corazón
se parará.
Incluso si no llegas a esos extremos, los laxantes
tienen un terrible efecto sobre los procesos del
cuerpo, que se malacostumbra. Muy pronto necesitarás
realmente los laxantes para ser capaz de
defecar normalmente, y cuantos más tomes, más
necesitarás. Los músculos del colon se ven afectados,
y lo más probable es que enfermes.
A mí tuvieron que extirparme buena parte del
colon cuando tenía veintinueve años. Imagínate lo deteriorado que
lo tenía. Lo que no podrás imaginarte es lo doloroso
que fue.
Hasta llegar a ese punto, pasé muchas horas
buscando un cuarto de baño. Cuando los pinchazos
y las contracciones comienzan, no puedes controlarlas.
Muchas veces no llegas a tiempo. Imagínate
lo que es hacérselo encima sin poder evitarlo, y
que te pille lejos de tu casa... Yo tenía que llevar en
el bolso medias, bragas y una falda de repuesto.
Para colmo, la gente que usa laxantes huele mal, y
huele mal continuamente. Da igual lo mucho que
te laves, o el desodorante que uses... Es humillante
y doloroso ver a los demás olisqueando el aire en
el autobús o el ascensor, y saber que eres tú... el
miedo a que lo descubran... la vergüenza...

Y, nuevamente, los diuréticos no
adelgazan. Con beber un vaso de agua has repuesto
el peso perdido. Ni siquiera te ayudarán a reducir
la celulitis.
El peor de mis miedos cuando era bulímica era
morirme gorda, y estuve a punto de conseguirlo a
base de diuréticos, laxantes y pastillas, sin lograr
nada salvo torturar mi pobre cuerpo. Me deshidraté,
y tuvieron que internarme. Mi orina se había
vuelto verdosa, y mi piel amarilla. No podía entender
cómo era que engordaba consumiendo 800
calorías al día, ni una más. Estuve internada mes y
medio, y tuvieron que someterme a diálisis, una de
las peores experiencias de mi vida. Sólo tenía
diecinueve años...
Respecto a las pildoras para adelgazar, sólo
puedo añadir que si hubiera una que funcionara,
nos habríamos librado de este problema hace mucho
tiempo.
Lo que yo saqué de tres años consumiendo
pastillas fueron cambios de humor, una adicción
psicológica que casi me destrozó

Esa adicción no suele limitarse únicamente a
las pastillas. Es fácil, cuando te sientes tan deprimida
y vulnerable, caer en otros peligros, como la
cocaína, las pastillas de diseño o la heroína. Si lo
haces, te estás matando.

Hace poco se puso de moda en Estados Unidos
emplear el jarabe o jugo de Ipecac, un medicamento
tóxico empleado como vomitivo en quirófanos, en
casos de intoxicación o envenenamiento. El Ipecac
destruye los tejidos del esófago y el estómago, y
los efectos secundarios son muy dolorosos. Te sentirás
mareada durante horas. Los daños que produce
son crónicos e irreversibles. Muchas personas
han muerto con el estómago reventado debido a
ello. Y, por supuesto, no sirve para perder peso.
No seas estúpida: no desperdicies tu juventud
ni tus esfuerzos. Si estás enferma, reconócelo, y
emplea tu energía en recuperarte. Es posible,
siempre que no dejes pasar demasiado tiempo.


Páginas web pro anorexia.

El fenómeno de las páginas web pro anorexia,
si bien de reciente descubrimiento en nuestro país,
cuenta con varios años de andadura en los Estados
Unidos: son páginas mantenidas por chicas enfermas,
anoréxicas, en su mayoría, o bien bulímicas
con un desesperado deseo de adelgazar y lograr
una apariencia anoréxica. Esa misma comunidad
gestiona foros, ehats en directo, y forman en su
mayoría parte de un anillo de webs, es decir, están
en relación entre ellas y redirigen a los internautas
a otras con intereses similares.
Puede decirse que funcionan como los foros
de recuperación, con los mismos mecanismos de
identificación, apoyo, trato personal y testimonios
privados, pero con el objetivo opuesto: para ellas
resulta esencial continuar enfermas.
Los expertos en este tipo de trastornos coinciden
en alertar del peligro de estas páginas, y de la
increíble afluencia de visitantes que tienen cada
día: la mayor parte de ellas sufrían con anterioridad
enfermedades relacionadas con la alimentación.
Los datos que se esgrimían en el verano de 2000
en Estados Unidos, cuando se inició la polémica
sobre estas páginas, hablaban de siete millones y
medio de mujeres afectadas, y de un millón de
hombres, en su mayoría adolescentes o enfermos
desde la adolescencia. La tasa de mortalidad rayaba
en el 6%. Hablamos de más de quinientas mil
personas muertas, sea por las consecuencias de la
restricción alimenticia, a resultas de los atracones,
fallos cardiacos o suicidio. La simple idea de que
estas páginas pueden incrementar o mantener este
número obligaría a adoptar medidas inmediatas...
que nadie ha tomado.
Muchas de ellas cambian de dirección cada
pocas semanas, y son imposibles de encontrar si no
se forma parte del circuito. Otras se enmascaran
bajo frases relacionadas con «Ana». Ése es el nombre
en clave de la anorexia, y en la mayor parte de las
páginas se encuentran elogios, poemas y declaraciones
de amor a Ana. Para tener acceso a otras, es
preciso pasar un examen y hacer una declaración
de intenciones. En algunos casos se puede ver la
página web pero no entrar en contacto con el grupo
que la sostiene o la muchacha queja actualiza.
El contenido de las webs incluye fotografías de
cuerpos anoréxicos, o de modelos y actrices extremadamente
delgadas: Esther Cañadas y Britney
Spears son dos de las favoritas, después del indiscutible
ídolo, Kate Moss. Añaden frases sobre las
que meditar, o «Thinspiration», recetas sin calorías,
trucos para ocultar el adelgazamiento o para acelerarlo,
listas de alimentos prohibidos o permitidos,
y, por lo general, la historia personal de la chica
que es, o desea ser, anoréxica.
La reacción internacional ha sido de estupor y
de morbosa curiosidad. No en vano, las entrevistas
a chicas anoréxicas han mostrado siempre una
tendencia a ahondar en los aspectos más evidentes
de la enfermedad: kilos perdidos, ritos siniestros,
pensamientos incomprensibles, percepción de la
realidad alterada... Las fotografías y los manifiestos
de estas páginas justifican el miedo y la alarma,
y de esa manera brutal, con el descubrimiento de
esa tendencia cada vez más generalizada, deberían
hacer reflexionar sobre el tipo de educación que
damos a las niñas, sobre la sociedad que encuentran.
Pocas de estas páginas son originales: las chicas
copian frases, fotos, mandamientos , cuanto
más radicales mejor. Homogeneizan criterios para
darse más fuerza y ser conscientes de pertenecer
a una comunidad.

Resulta demasiado sencillo erigirse en jueces
de estas chicas: si bien lo que hacen es censurable
(potenciar los trastornos alimenticios y ayudarse
entre ellas a continuar enfermas y mentir a quienes
intentan ayudarles) es censurable, son niñas con el
entendimiento nublado. Quizás el siguiente paso
sea admitir su enfermedad. Quizás sea morir de
ella. Es posible que inciten a muchachas con un
grado leve de anorexia a caer en compulsiones y
agravar su estado.
Estas chicas han convertido la anorexia en una
religión, en un estilo de vida; erróneamente piensan
que la enfermedad es una opción, que han elegido
un trastorno, y que pueden controlarlo, como controlan
los aumentos que comen, o el ejercicio que
hacen: están enfermas.
La enfermedad se ceba en ellas y
ya han de luchar con suficientes elementos como
para ser además culpadas de ser seres malignos
y crueles. Si algo ha de ser erradicado, y fuertemente
censurado, que lo sean las páginas y no las
personas. La exclusión y la condena, en este caso,
servirán de bien poco.
Las reacciones, una vez más, han de dirigirse
hacia el sistema de Internet, que tolera este tipo de
comportamientos, contra la industria dietética,
contra las imágenes proyectadas por la publicidad
y la moda, contra la desestructuración familiar y la
incorporación de hábitos alimenticios erráticos;
contra los sistemas educativos que incentivan la
competencia a toda costa, y los mensajes dirigidos
a las chicas con la intención de cosificarlas y reducirlas
a un cuerpo y una apariencia.
Una de estas páginas se abre con la siguiente
advertencia... ¿o quizás bienvenida?

«Esta página está pensada para apoyar a las
personas con cualquier tipo de trastorno alimenticio.
No es un espacio para hablar de esperanza ni de
recuperación, sino para aquellos que lleven una
vida obsesionada con la comida.
La anorexia no es una dieta. La bulimia no es
una dieta. Son un estilo de vida, una filosofía,
y pueden convertirse en una religión. Son enfermedades
muy dañinas y que pueden poner en peligro
tu vida. Si no sufres estos trastornos, disfruta de la
vida. Eres afortunada. Si buscas una dieta, o eres
de las que se preocupan por cómo les quedará el
bikini, o quieres perder unos kilos, vete dé aquí.
No entres. Acude a un dietista, o limítate a comer
sano y en porciones sensatas, y date un par
de paseos al día.
Pero si tus relaciones con tu cuerpo y la comida
hace mucho tiempo que dejaron de ser normales,
si tu peso ya no importa porque nunca es el correcto,
si te sientes sola y asustada, si odias tu imagen en
el espejo, si no puedes dejarlo, entra, habla conmigo.
Yo no te juzgaré, ni te obligaré a dejar algo a lo que
yo misma no puedo renunciar.
Ahora, pulsa aquí y entra».

El orgullo recorre cada una de estas palabras.
Su mensaje es excluyente para los sanos, para los
que no se toman la vida en serio y desean disfrutar
sin consecuencias. Pero los enfermos, los obsesionados,
los que sufren, ésos son amorosamente
aceptados, y las palabras finales «Ahora, entra»
brillan, tentadoras, como la puerta a la comprensión.
No sólo no es malo estar enferma, parece
decir, sino que de esa manera formas parte de un
club selecto y exclusivo.
Estos textos no varían demasiado de una página
a otra, ni tampoco sus conclusiones o sus declaraciones
de intenciones. Continuamente se apoyan
entre ellas, y se pasan información: aparte de los
foros en los que hablan, distribuyen mensajes y
consejos mediante listas de correo, y se adoctrinan
en la difícil tarea de resistir en su política de ayuno.
Para ellas no existen términos medios. Las razones
y las frases que esgrimen se basan en las leyes
de todo o nada, fracaso o triunfo, que la propia
sociedad confirma.

tOdo se pueDe loGrar